LO PARADÓJICO DE LA MORTALIDAD VIAL

2018-09-18

Mientras la esperanza de vida aumenta notablemente y la rama medicinal crece a partir de los grandes avances de la ciencia y la aplicación de nuevas tecnologías, en muchos países las mayores cifras de mortalidad son por causas externas, claramente, ahí se ubican las defunciones por siniestros viales.

Entonces, a la par del progreso y desarrollo, que genera vehículos más complejos y seguros, se reduce la cantidad de víctimas por patologías infecciosas o el número de partos prematuros, pero la mortalidad vial no cesa. Esta gran paradoja de la salud mundial también se replica en la Argentina.

Hace poco más de dos meses nos sorprendíamos con el siniestro protagonizado por un joven que atravesó las barreras de contención de la General Paz y salió despedido. Las imágenes de su cuerpo y del vehículo fueron dignas de una toma cinematográfica y ocuparon gran espacio en los medios.

Lo más atractivo del caso resultó ser que quien conducía el vehículo, lejos de la máxima velocidad permitida, no perdió la vida. Pero ¿A caso los medios indagaron sobre las secuelas que quedan en esa persona que afortunadamente no se mató ni se llevó por delante la vida de un tercero? ¿Cuál es tu tiempo de rehabilitación? No, todo queda ahí, en lo espeluznante de la tragedia.

La siniestralidad es epidemia, eso significa que es una de las causa de mortalidad que más vidas se cobra en nuestro país, igual que en muchos otros con ingresos bajos o medios, donde se condensa el 90 por ciento de la mortalidad vial.


Ahora lamentamos la pérdida del ex gobernador de Córdoba y referente político nacional, José Manuel De La Sota, en un siniestro vial. Y, desde nuestro espacio, volvemos a reflexionar sobre cómo morimos los argentinos y cómo impacta la siniestralidad en nuestra expectativa de vida.

El vehículo que conducía De La Sota era seguro, de una marca que pregona la seguridad entre sus pilares, a nivel mundial, pero, según los primeros trascendidos, el político impactó primero contra partes internas del auto y luego, contra la ventanilla. Lo anterior supone que no llevaba cinturón de seguridad o lo tenía mal colocado.

A veces sentimos que el mensaje “ponete el cinturón” aburre, o redunda; a esta altura nos parece lo básico, lo más obvio, pero evidentemente, debemos cambiar la forma de comunicar a cerca de la incidencia del factor humano en la siniestralidad.


Si hacemos el ejercicio de recordar, seguramente cada uno que lea estas líneas conoce casos tristes de hechos con pérdidas de vidas, algunos se habrán salvado por “milagro” y otros que quedaron con secuelas que modificaron de manera abrupta su forma de vida están a nuestro alrededor.

Es que se producen UN MILLÓN 250 mil defunciones en el mundo y entre 20 y 50 millones de lesionados cada año según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esa cifra genera un gasto de entre 1 y 3 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) de los países.

Hablamos de gasto, no por pensar que es dinero mal invertido, sino al entender que son fondos que se destinan a recoger víctimas, atenderlas tras el siniestro y, en muchos casos, darles asistencia de por vida.

Con el profundo dolor que genera saber que hay muertes que se pueden evitar, lamentamos esta perdida y esperamos que los argentinos seamos cada vez un poquito más responsables a la hora de conducir; que le demos a la velocidad el respeto que realmente merece y construyamos un entorno más saludable en el mediano plazo. 

 

Por Axel Dell`olio Lic. en Seguridad Vial y Transporte